Estaba de guardia con un 1º de ESO. Era una clase variopinta en muchos sentidos y, desde luego, ruidosa. Tras intentar poner orden con más o menos fortuna reparé en un cartel en un tablón del aula.
-Haití necesita tu ayuda; no la abandones -leí en voz alta, pero en aquella clase no pasó del susurro.
En el IES nos habíamos movilizado ante tan grande desgracia. A todo el mundo le había conmocionado la noticia de este terremoto azotando, una vez más, a los más pobres. Más de cien mil muertos, heridos, desaparecidos. Hambre y desesperación en un lugar, de por sí, hambriento y desesperado.
Me uní a la conversación animada de unos chavales sobre bajos, baterías, acordes de guitarra... aunque, más bien, casi no intervine, escuché sobre todo y no muy tranquilo pues el silencio era maltratado por cualquier vanalidad y, de nuevo, a poner orden. Aparentemente, se enfrascaban en sus actividades; realmente, qué poco les duraba la compostura. Qué lento pasa el tiempo algunas veces...
-¿Quién es "Jaiti"? -preguntó un alumno, como un bofetón.
Tardé un rato en comprender hasta que recordé el cartel. Entonces, intenté explicar quién era este personaje misterioso y qué le ocurría. Afortunadamente, otros chicos y chicas de la clase ayudaron, espontáneamente, en las explicaciones.
Jaiti, quién es. Cuántos Jaitis. El olvido y el consiguiente abandono a su suerte son los más graves pecados de nuestra época. Qué pregunta más interesante y sincera hizo este alumno. Yo no la hago; no sea que me tachen de..., pero, en el fondo, no tengo ni idea y no tengo que ir muy lejos para conocerlos.
Dionisio Abenza López
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